Hace poco alguien que después resultó no ser buen cliente me tachaba de hablar mucho y escribir mails demasiado largos. La verdad es que me sorprendió en gran medida su comentario, sobre todo porque justo acababa de comunicarle que gracias al proyecto que yo le había redactad,o con minuciosa dedicación y afán de ser comprensible por los exigentes evaluadores de la Comisión Europea, le iban a conceder la nada despreciable cantidad de 50.000 eurazos para que pudiera cumplir el sueño de llevar adelante su proyecto. Quizá quería despistarme del verdadero interés de mi visita, cobrar la factura que me debía, o usarlo como una estrategia para infravalorar mi trabajo y tener argumentos para el regateo que siguió a aquel comentario para que le rebajara el precio por mi trabajo. Lo cierto es que no consiguió rebaja pero sí descolocarme, y perpleja e indignada me marché a casa con ese inesperado comentario retumbando en mi cabeza.
Como me enseñaron que el cliente siempre tiene la razón estuve varias semanas pensando si realmente perdía demasiado tiempo escribiendo, si daba demasiadas explicaciones en mis reuniones o demasiada importancia a la forma para que la gente entendiera el fondo. Quizá un poco de razón tenía mi cliente, aunque eligió mal día para hacer el comentario.
Lo cierto que es que gran parte de mi trabajo en INNGENIOUS consiste en transformar las ideas en proyectos cuya documentación cualquier persona que desconozca totalmente un tema pueda después al leerla querer apostar por él, aprobándolo si es el evaluador de una convocatoria o invirtiendo si es un analista o Business Angel. Y es que la importancia de las palabras y su eficacia en este sector es incalculable, y el manejar con habilidad el lenguaje, sea este oral o escrito imprescindible en gran cantidad de profesiones más allá del periodismo, el marketing, la abogacía o las que normalmente nos vienen a la memoria al hablar de la eficacia de la comunicación.
Las palabras permiten no solo comunicarnos sino también desarrollar una de nuestras principales facultades, la que nos hace pensar y reflexionar. Muchas veces comienzo trabajando los proyectos con mis clientes haciéndoles escribir en una hoja lo más importante que deben tener claro cuando inician un proyecto: Qué han detectado que necesita el mercado, quién se lo va a comprar, cuánto creen que pagarían por ello, quiénes serían su competencia y cómo lo producirían o pondrían en el mercado. Obligarles a pensar y escribir tan importantes cuestiones empresariales es la primera criba, si eso lo saben al menos traen una idea clara de lo que quieren. Después ya iremos desarrollándola.
Un proyecto no es más que un conjunto de palabras y números que con orden y concierto voy capturando y transformando en una memoria, un business plan o una solicitud de ayuda. Las reuniones en las que trabajamos los proyectos son miles de palabras intercambiadas que hacen que esa idea vaya tomando forma. Convencer a un inversor, a un responsable de RRHH o a un cliente es saber qué palabras elegir en ese instante para que apuesten por nosotros.
Lo difícil no es hablar, aprendemos con apenas dos años, sino elegir las palabras que quiere escuchar nuestro interlocutor. Y más difícil aún saber elegir qué palabras dejamos en nuestra memoria. A veces recurrimos a ellas para recuperar la sabiduría condensada que guardan y continúan guiando durante años nuestros pasos, nuestros hechos. No es que no dé importancia al lenguaje no verbal, todo lo contrario, pero el manejo del lenguaje oral o escrito es un arte y muchas palabras que escuchamos o que leímos alguna vez, permanecen iluminándonos desde dentro. Para mi es una gran alegría cuando alguien me dice que recuerda tal o cual consejo, frase o anécdota que alguna vez le conté en una reunión o en un curso. También es un honor recordar tantas palabras de profesores, compañeros, profesionales y gente grande que he podido conocer en estos años de profesión. Pero no todo es cuestión de palabras... La historia nos ha dejado grandes personajes que no necesitaban hablar ni ser entendidos y aún así dejaron esa huella indeleble en nuestra memoria:
Lo difícil no es hablar, aprendemos con apenas dos años, sino elegir las palabras que quiere escuchar nuestro interlocutor. Y más difícil aún saber elegir qué palabras dejamos en nuestra memoria. A veces recurrimos a ellas para recuperar la sabiduría condensada que guardan y continúan guiando durante años nuestros pasos, nuestros hechos. No es que no dé importancia al lenguaje no verbal, todo lo contrario, pero el manejo del lenguaje oral o escrito es un arte y muchas palabras que escuchamos o que leímos alguna vez, permanecen iluminándonos desde dentro. Para mi es una gran alegría cuando alguien me dice que recuerda tal o cual consejo, frase o anécdota que alguna vez le conté en una reunión o en un curso. También es un honor recordar tantas palabras de profesores, compañeros, profesionales y gente grande que he podido conocer en estos años de profesión. Pero no todo es cuestión de palabras... La historia nos ha dejado grandes personajes que no necesitaban hablar ni ser entendidos y aún así dejaron esa huella indeleble en nuestra memoria:
Cuentan que cuando el genio Albert Einstein conoció a Charles Chaplin le dijo: "Lo que más admiro de su arte es su universalidad; Ud. no dice una palabra y sin embargo todo el mundo lo entiende".
Chaplin le respondió: "Cierto, pero su gloria es aún mayor! El mundo entero lo admira cuando nadie entiende una palabra de lo que dice"
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